César Ramírez
@caralvasalvador
Es frecuente la degradación de la imagen del opositor por medio de sutiles omisiones o palabras despectivas, incluso violentas, ofensivas, injuriosas etc. que no solucionan el problema discordante, ni propone un camino a seguir, tampoco acerca los puntos opuestos, sino por el contrario pretende humillar, destruir o avergonzar al oponente de tal manera que todo su razonamiento este bloqueado por la risa, la hilaridad y la invalidez del concepto, así transcurren discusiones en diversas formas de comunicación social; es la descalificación del oponente político una manera fácil de favorecer el voto hacia una tendencia electoral, incluso en el tema de la nación, ejemplo: la beatificación de Monseñor Romero fue precedida por una multitud de cartas al Vaticano difamando al salvadoreño más universal del siglo XX, fue acusado e insultado gratuitamente por la derecha y sus comparsas más fanáticas, no obstante ahora resplandece su obra cuando en los próximos meses se anunciará su beatificación y la llegada del Papa Francisco para tan magno evento; de igual forma la muerte civil en redes sociales hacia las políticas de Estado sin argumento propositivo es muy parecido a la “industria del insulto”, su objetivo es superficial y fácil, en el fondo es el odio a la inteligencia y al conocimiento, eso es la parte visible de las campañas sucias que observamos en las redes sociales y el manejo mediático prevaleciente en los grandes medios de comunicación. Es conocido que muchas personas son asalariadas por propagar rumores, sus quejas son puros inventos, sus lamentos diarios tiene una cuota en los oscuros sitios de grupos conspiradores.
Parte de este concepto: “industria del insulto” es abordada en el libro: La Audacia de la esperanza /Barack Obama – Barcelona: Península, 2008 pág 19, reseña: “… había seguido las cada vez más cruentas batallas políticas de Washington: Irán-Contras y Oliver North, la nominación de Bork y Willie Horton; Clarence Thomas y Anita Hill; la elección de Clinton y la revolución de Gingrich; Whitewater y la investigación de Starr; el congelamiento del gobierno y el proceso de destitución del presidente..” concluye sus planteamiento señalando: “… surgía toda una industria del insulto -perpetuo y de algún modo rentable- que se hacía del dominio de la televisión por cable, los debates de la radio y la lista de los más vendidos por el New York Times”; en síntesis alguien allá y acá se llena los bolsillos por divulgar “desinformaciones”.
La solución y respuesta a este instrumento es: una política distinta, una propuesta diferente a las fáciles, el juego limpio, sin demagogia y la memoria de las décadas pasadas, ello conducirá a los votantes hacia su mejor respuesta.
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