Caralvá
Si la cultura no se renueva en este momento, nunca lo hará. Para renovar la cultura nacional, debemos ser claros y categóricos. La cultura no puede estar más tiempo sin incluir a nuestra etnia nahua en el discurso nacional.
Nuestra etnia conformada principalmente por los Izalco y Cacaopera, compone el diez por ciento de la población del país, según investigaciones de la antropóloga norteamericana Virginia Tilley (2005).
Hace mucho tiempo hemos pedido la inclusión en la Constitución de la República, un reconocimiento para nuestras etnias, con esta acción confirmaremos nuestra composición pluricultural y rendiremos homenaje a los pueblos que han originado otros pueblos.
Podrán explicar los doctos que al garantizar los derechos individuales está implícita la mención indígena, no es correcto, puesto que una constitución refleja al pueblo que va a regir, de este modo como documento formador debe incluir el respeto por los pueblos inmersos en nuestro territorio ¿podrán decir que no existen? y esa en realidad es una forma de negación e injusticia para la etnia que ha formado a nuestra nación.
La cultura no puede olvidar por más tiempo a nuestra etnia, tal como parece ha sido hasta la fecha la norma oficial, porque esta ausencia de reconocimiento, provoca la desprotección del desarrollo de la lengua, usos, costumbres, recursos, formas de organización social y por lo tanto, no existen garantías que sus integrantes logren un efectivo acceso a la jurisdicción del Estado.
Es tiempo de unir la historia que da sentido y valor al presente con nuestra etnia, para eliminar toda esa cadena de antivalores creados para denigrar a nuestros pueblos originales. Parece que vivimos en una nación que posee una sola cultura “europea”, que la etnia no existe, ni nunca existió, que “desapareció” o fue simplemente exterminada un 22 de enero de 1932.
En general es anti-historia, un legado negativo que nos lleva a sentir vergüenza de nuestros pueblos originales, desprecio hacia la lengua, costumbres, tradiciones y cultura etnica, propiciando conductas irreales, por la búsqueda de refugio en la mentira, la agresividad, la deshonestidad y otras formas violentas de culturas importadas.
Una propuesta antropológica a esta situación debe ser una política cultural con visión amplia, que impulse los derechos humanos sin discriminaciones raciales o étnicas, con valores hacia la solidaridad, con una premisa fundamental: no podemos continuar pensando que la realización humana (salvadoreña) se logré con el consumo de bienes y servicios producidos en el primer mundo, ni pensar al infinito que el primer mundo es el paraíso terrenal. Por esta razón debemos impulsar una política cultural incluyente.
Hay instituciones gubernamentales como el Museo Nacional de Antropología (MUNA) que deberían orientar su mirada no sólo hacia el indígena folclorizado en vestido ni al indígena arqueologizado en artefactos pasados. Una antropología salvadoreña autética significa que esas instituciones como el MUNA le otorguen un espacio de expresión —mensual, semanal, cotidiano — a las múltiples creaciones culturales indígenas vivas: danza, música, ceremonias, etc.