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Héctor Oquelí memoria y agradecimiento

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Caralvá

 

 

 

El espacio es singular, el lugar comercial hasta el infinito, nombres en inglés saturan nuestra vista, las mesas distribuidas geométricamente con la sorpresa de bancos metálicos distribuidos en paralelo, asientos que contagian cierta nostalgia de parques olvidados de San Salvador, pero ese reducto parece una fotografía de primer mundo, nunca Centroamérica. Llegué una hora antes de la cita, porque el estacionamiento cada vez es más preocupante, afortunadamente la hora favorecía todo, incluso encontrar un sitio donde jamás logré obtener ese recurso un fin de semana. La mañana trascurre lenta y deliciosa con olor a café, sin prisa, nada agita ese ambiente, los empleados en la faena, los ejecutivos en pequeñas reuniones se estresan con sus laptop portátiles enviando informes urgentes, las mesas poco a poco se pueblan de parejas mayores, también de jóvenes con atuendos estridentes absolutamente desenfadados y con cortes de cabello como artistas de rock; nada nos es extraño de su estilo de vida, incluso sus tatuajes, ni su presencia en horas laborales.

 

La llegada de mi amiga E.M. transformó el lugar, pronto nos embarcamos en una típica reunión memorial, poco a poco los instrumentos de la historia se entrelazaban en siluetas de vivencias, nos esforzamos por pronunciar todos los nombres de los nombres, todas las anécdotas de otros tiempos, los éxitos unidos a las dificultades, la revolución galopante de los años ochenta, muchos años y no los nombramos porque cada día asustan más.

 

Pensar que muchas de las acciones del sueño democrático eran un ideal de quijotes desarmados, “impulsar un partido democrático a finales de los años ochenta en El Salvador en plena guerra civil”, era una aventura de locos, y para colmo hablar de diálogo con solución política al conflicto, parecía fuera de la realidad, pero no obstante, así sucedió.

 

Entre laberintos de la memoria, recordamos muchos actos temerarios como abrir varias casas para el proyecto socialdemócrata del MNR, todo ello tendría un costo histórico, puesto que no solo fue ametrallada una casa, sino que también las oscuras fuerzas represiva cobraron la vida de Héctor Oquelí, el 12 de enero de 1990.

 

Mi amiga muestra una pequeña tarjeta memorial con un fragmento de una carta fechada el 19 de enero de 1990, enviada al Dr. Guillermo Ungo por Manuel Piñero, a nombre del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, la cual destaca: “La noticia de su asesinato no sacudió a todos”, “… fue en el año 81 que te conocimos a ti y a Héctor…” “pocas veces fuerzas democráticas, educadas y únicamente en las luchas civilistas y políticas han enfrentado en sus propios escenarios a un enemigo tan brutal y poderoso…” “Cómo no ha de ser vigorosa, hermosa y grande la voluntad de aquellos, que labrando el porvenir de su patria, y en plena madriguera del enemigo, aguardan estoicamente por que se haga efectiva la sentencia de los chacales…? “ de esas fuerzas, de esa estirpe, de ese gran pueblo salvadoreño, era hijo legítimo Héctor Oquelí, que tras útiles y productivas gestiones en el exterior volvía a su puesto de combate del que nunca desconoció, ni sus desafíos ni sus riesgos mortales…”

 

23 años han pasado, pero la memoria es fiel y permanece vigente en nuestro tiempo. Al despedirnos, me entregó la pequeña tarjeta que nos recuerda la vida, la extensa memoria,  la amistad pueblo a pueblo y la realidad de nuestra paz social.

 

 www.cesarramirezcaralva.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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