Por Javier Alas
En sí mismo, un libro es un acto de atrevimiento: qué es un libro sino una acción contra la nada, un desafío al olvido o al vacío, una hazaña a escala personal donde se ha dejado incluso un poco de aliento.
La osadía de publicar un título en un pueblo con analfabetismo real y funcional, la "afrenta" de la edición de autor: tal el valor de
César Ramírez, un hombre de acciones, pero además, honorables. Entre su decir y hacer hay una actitud ética y congruente; al publicarlas, convierte a sus mismas palabras en acciones.
Publicar es un acto de honestidad, una manera irretractable de asumir la palabra propia, de asumirse. Incluso, de sostener y afirmar el ser.
"El coleccionista de sonidos" es un "recuento" del autor de sus piezas narrativas. Aunque el volumen no contiene todas las que ha escrito, sesenta de ellas bastan para ofrecer una imagen panorámica bastante fidedigna. Figuran ahí tanto cuentos publicados como celosamente inéditos por distintas razones; la paleta del lenguaje es policroma, el registro de tonos dibuja todo un espectro. Desde el conmovedor y elegíaco "Acá están", con una atmósfera que, sin pretenderlo, homenajea a Juan Rulfo, hasta el lúdico y ligero "Lambada... ¡Mmuuaá", pasando por el sensorial y poético texto "Campo pagado".
La extensión de las piezas es variada: va desde media cuartilla hasta tres. Eso, por una parte, confiere a la lectura cierto dinamismo. Por otro lado está el estilo, fresco y fluido, como si los textos hubiesen nacido de una oralidad y no de una meditada escritura. La naturalidad se le da bien al autor, pues todo parece como si hubiese ido naciendo de una respiración y no de un artificio, y este es uno de los puntos fuertes del volumen: el oficio del narrador hace que la técnica quede muy bien disimulada al lado o debajo de lo que nos está contando. No pretende lucirse sino compartir, se aleja del pavoneo del divo y se acerca como el contertulio del café. No hay poses, sólo transparencia.
"El coleccionista de sonidos" podría desmenuzarse en historia e historias, cuentos y relatos, evocaciones y homenajes... pero esas son vivisecciones de profesor para una ficha. El crítico haría desde luego una lectura intelectual, se demoraría en generalidades o minucias, en abstracciones o teorías, calzando o develando a discreción, todo muy conceptual y ordenado; ello no está mal, mas una obra no nace para eso. El libro es siempre más delicioso si se toma con las manos de lector, y este es uno perfecto para el puro deleite de leer, uno donde la fantasía y el humor se dan la mano en una gozosa amalgama de recuerdos y vivencias, de sacrificios y humoradas. De vida. El lector encontrará en él, además, no poca música.