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¿revoluciones tristes?

  • Emigración interior

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    Caralvá

     

     

     

    Nuestra realidad es sinónimo de problemas. La sociedad definida como cristiana observa el mundo con una lectura de potenciales castigos divinos, otros en la esfera de los dogmas, también existen las resignaciones voluntarias para optar por el destino de los asalariados y ver desde la llanura a los potentados, que existen y no solo acosta de la religión. Otra lectura es la política, esa condición que tiene su problemática para gobernar, ejercer el poder, crear estructuras, orientar alianzas, integrar a los sectores y muchos rubros que significan gastar los dineros del pueblo –por supuesto con las dos caras: bien o mal gastado-; debemos distinguir a la clase política que tiene un salario a la medida muy distinto a los trabajadores directos de las maquilas, en fin ellos tienen problemas muy diferentes a los límites del pago mínimo de los obreros y campesinos –estas palabras suenan a posiciones de guerra la fría pero no lo son-.

     

    Vivimos una época de contrastes con un bombardeo mediático global, con notas periodísticas imposibles de asimilar por todos los rubros existentes, no obstante la problemática nos lleva de nuevo al vacío de un mundo desolado por la materialidad. Usualmente todos los problemas son expuestos en “negativo”, el lado oscuro del abismo donde la humanidad es prisionera de sí misma, incluso las esperanzas parecen ser dominadas por el espectro tenebroso de un futuro desolador. El negativismo nos hace rehenes de la miseria espiritual de este mundo.

     

    Pocas personas hablan de la alegría de vivir, de celebrar la salud del mandatario venezolano Hugo Chávez, del triunfo de la democracia en Suramérica, que la nación vive en paz social, que avanzamos en la tolerancia de las opiniones diferentes, en general que la institucionalidad va por buen camino.

     

    Parece que la democracia funciona cuando no se rompe el acuerdo social de la Constitución Política, al menos esa es una buena noticia.

     

    Deberíamos cantar de nuevo: te quiero en mi paraíso/ es decir que en mi país/ la gente viva feliz/ aunque no tenga permiso… de Mario Benedetti, porque existe la premisa que los cambios revolucionarios o democráticos están llenos de alegría, ¿o existen las revoluciones tristes?..

     

    En realidad el acontecimiento que hizo el milagro de unir a la juventud con el cambio en los años setentas, ochentas y noventas, fue una espiritualidad que veía más allá del capitalismo una sociedad posible, condición que demostró además que los hombres espirituales pueden asumir la crítica de un sistema injusto, ahora es tiempo de la democracia y debemos exigir más, que funcione la justicia a favor del ofendido.

     

    Así la vida del hombre o mujer se plantea bajo el modelo clásico griego como dice Platón: El camino de Sócrates: impiedad a los dioses y corromper a la juventud contra el Estado; la emigración interior que permite alejarse de la polis y contribuir desde su exilio (como Benedicto XVI, Platón en la antigüedad, Maimónides etc); finalmentee el camino de los sofistas, que se ganan la vida a costa de la falsa espiritualidad que engañan a las multitudes, esto según refiere: Jan Patocka. En nuestra sociedad “la emigración interior” es un ejercicio olvidado, quizás deberíamos ser un poco más humildes y felices con lo que tenemos, sin renunciar a una sociedad mejor, pero en todo caso una nueva espiritualidad del siglo XXI es una meta que aún debemos lograr.

     

    www.cesarramirezcaralva.com