Caralvá
Perdemos cada día la capacidad del asombro ante tanta barbarie delincuencial, con esta última palabra encerramos muchos de los aspectos criminales que a diario son noticias negativas de cualquier rango posible; nuestra sociedad hace mucho abandonó el concepto de vivir en paz y donde quiera que estemos es ineludible tomar nota de todo movimiento anormal, inclusive en nuestras propias áreas residenciales.
Existe una verdadera migración interna hacia zonas consideradas seguras, cuando es posible el movimiento interno, cuando no lo es, las familias se aferran a sus propiedades y resisten casi todos los males, puesto que las normas de convivencia entre vecinos no son las mismas, existen condiciones anormales entre vecinos, todo tipo de perturbaciones es soportada bajo la condición de vivir en paz. Pero en ocasiones las felonías atentan contra la seguridad de las personas: tirar piedras, ruidos de altoparlantes, dañar vehículos, vehículos abandonados por meses, uso de estacionamientos por camiones de carga en zonas residenciales, conducción en alta velocidad cuando hay niños que juegan en la calles, etc., las condiciones de peligro escalan hacia acciones que fácilmente finalizan en daños personales y acciones jurídicas de diversos niveles.
Este elemento de seguridad ciudadana ya no reside en la defensa de la democracia, sino en el momento de encuentro entre vecinos con sus agresores a la mitad de una calle, una iglesia, un restaurante etc.. Incontables sitios en todo nivel, casi parece que somos dibujados en mapas de temor, extorsión y toda la espiral ascendente de la fragilidad individual.
Esta herencia podría ser el legado histórico de nuestra cultura deforme y excluyente, que camina hacia el cinismo social al observar con naturalidad las diferencias sociales sin tomar adecuadas prevenciones, tarde hemos comprendido que al condenar a sectores sociales a la marginación, esta acción significa para nosotros la misma receta morbosa.
Si existe voluntad para solucionar esta postración social, debemos incluirla en una agenda para varias administraciones gubernamentales, debido a que la delincuencia ha fermentado en no menos de 15 años y además debemos considerar las derivaciones de estructuras mayores como el narcotráfico o el crimen organizado.
Escuchamos tantas soluciones, asistimos a tantas propuestas que a cada paso nos venden salvaciones solubles con alivio inmediato, pero nada más lejano a la realidad, si la población de reclusos sobrepasa los veinte mil, esa cifra podría significar otro número igual ó 3 veces mayor sin capturar; me parece que debemos abandonar soluciones fáciles y optar por el largo camino de “re-educar” a los “otros” que deseen cambiar su vida delictiva y este acontecimiento es posible si construimos un nuevo modelo educativo de largo plazo para las personas que delinquen. Es lamentable que menores de edad cometan delitos que antes eran patrimonio de los adultos, puesto que su vida entra en punto de colisión con las leyes sociales y aunque suene ingenuo, a los menores de edad por su inmadurez en todo sentido, debería otorgárseles una pequeña ventana de oportunidad legal, enviándoles a centros de re-educación laborales, que permitan su reincorporación productiva. Pero a cada paso propuesto la “anti-utopía” emerge, en este caso, nuestra sociedad no tiene más que el proceso científico: “prueba y error”, hasta que un día encontremos la fórmula menos traumática para liberar a los jóvenes de esa enfermedad, a la luz de: más inteligencia, más prevención anti delictiva y más presupuesto para la seguridad nacional.
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