Caralvá
Nos llueve la calamidad y la nación necesita orientar su Gasto Público hacia objetivos sociales y económicos de las poblaciones afectadas, pero resulta que el daño es de proporciones extraordinarias. Estos desastres naturales identifican nuestra pobreza de la peor manera, puesto que no existen defensas, al menos por ahora.
Si la norma del tercer mundo es echarle la culpa a las naciones desarrolladas por el cambio climático y su terquedad para renunciar a sus privilegios, la depresión tropical del Océano Pacífico del 6 al 8 de noviembre, combinada con la Tormenta Tropical IDA, es un buen motivo para recordarles que en Centroamérica pagamos esos cambios con los deslaves de Verapaz en el departamento de San Vicente, a lo mejor es una desafortunada mezcla: cambios climáticos y pobreza, porque las leyendas de personas “arrastradas por correntadas de lodo”, no son nada nuevas, los pobres parecen ser los culpables de vivir en zonas de alto riesgo y no les queda de otra, la historia nacional certifica la pobreza crónica sin remedio. ¿Podemos cambiar la historia o repetiremos este drama en los próximos años? me parece que la respuesta no es optimista, excepto si cambiamos el enfoque de nación hacia la prevención de riesgos de largo plazo, hacia una Racionalidad Pública, más allá de un quinquenio.
La brecha entre pobres y ricos es escandalosa en esta nación, en realidad no es brecha, es un precipicio que debe solucionarse facilitando la movilidad social y promoviendo el desarrollo humano, cambiando el entorno de los pobres para impulsar sus oportunidades, creando servicios, además de promover su calidad ciudadana aumentado la cultura de autogestión, para algunos “intransigentes” esto es comunismo, para el resto del mundo es democracia en el Siglo XXI.
La mejor respuesta al subdesarrollo es la democracia, pero en nuestra nación durante décadas se propició un modelo represivo que ahogó cualquier avance ciudadano, incluso propuestas de cambios en modelos educativos todavía se consideran “utópicos”, cuando en realidad necesitamos un nuevo paradigma en la educación nacional hacia la democracia y la promoción social de la ciudadanía.
Estos desastres naturales empeñan nuestro futuro por la obligatoriedad de recurrir a empréstitos internacionales, pero al menos el endeudamiento generará empleos directos e indirectos en infraestructura para cientos de ciudadanos en esas áreas.
La tormenta de noviembre y sus efectos, cambian las prioridades de asignación de gastos hacia el bienestar social de las poblaciones afectadas, pero también nos muestran la ausencia del concepto en prevención de los desastres naturales.
En tiempos del desastre, la reconstrucción de la infraestructura: puentes, calles, viviendas nos recuerda su complemento: salud, educación, medioambiente, tecnología que son parte del gasto social, condición que no puede postergarse para el siguiente gobierno, de ahí que la recuperación de las poblaciones afectadas será cuestión de años.
Es la calamidad pública la que ha cambiado la orientación del Gasto Público para restaurar la infraestructura de la nación y si este esfuerzo se acompaña de una nueva educación ciudadana en los próximos 5 años, al menos esperamos hacer frente al próximo desafío en mejores condiciones que las actuales.
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