Caralvá
En Suramérica, la paz continental puede destruirse si los gobernantes no reflexionan y no escuchan a sus pueblos que desean la paz. El costo económico directo por cualquier aventura militar, será pagado por los pueblos en las siguientes tres generaciones. El incidente que ha originado el conflicto diplomático entre Colombia, Ecuador y Venezuela, es la conocida incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano y donde falleció un líder de las FARC. La movilización de tropas hacia las fronteras comunes de dos de las naciones involucradas no presagia buenos tiempos para la paz.
Las FARC que sostiene una lucha interminable con los gobiernos colombianos, han enviado señales de graves desviaciones y descomposición de sus principios (si es que alguna vez tuvieron un ideal socialista o revolucionario), porque ningún grupo guerrillero clásico de los años sesentas o setentas en América Latina actuó con tal descrédito internacional al secuestrar masivamente a civiles e ignorar toda asistencia humanitaria. Los ciudadanos fugados narran dolorosas experiencias: secuestro de ciudadanos extranjeros, negación de auxilios médicos, encadenamiento permanente, incomunicación e indiferencia ante los prisioneros enemigos. Tal es la desnaturalización de las FARC que ningún Estado del mundo les reconoce el Status de Beligerancia, ni los foros de las Naciones Unidas, a pesar de permanecer en su lucha armada más de 40 años.
Su contraparte, las Fuerzas Armadas de Colombia realiza acciones tan grotescas que no distinguen entre campesinos y grupos armados en las zonas de combate, han realizado fumigaciones masivas contra la cocaína, sin distinguir legítimos cultivos alimenticios de campesinos, además de matanzas registradas en el amplio historial de esa guerra absurda. Debe mencionarse que los desarticulados grupos paramilitares cometieron tantos atropellos y crímenes en complicidad de los líderes políticos de turno, que su espectro llega al presente.
La guerra en Colombia se desarrolla en una vasta región selvática despoblada, mucho más grande que Centroamérica, florecen zonas sin control gubernamental, territorios con ejércitos privados, narcotraficantes, zonas de control guerrillero, delincuentes comunes-exparamilitares, un mosaico de bandas armadas que ejercen poder local sin ninguna ley más que sus armas.
Cabe mencionar que Estados Unidos durante años ha intervenido directa e indirectamente en esta nación, principalmente por el factor de las drogas, que a pesar de las fumigaciones y acciones especiales durante décadas, no logra quebrar la producción masiva; el drama de Estados Unidos es el monstruo bicéfalo: Consumidor-Productor, una cabeza reside en las calles norteamericanas y la otra en la selva suramericana, este factor desestabilizador toca a Centroamérica y no dudamos que ese ilícito llegue hasta nuestra calles. La reciente noticia de la captura de una banda de traficantes y distribuidores de cocaína en San Miguel no debe pasar desapercibida, puesto que esa sustancia se produce a escala en Suramérica.
La razón escapa de las naciones como la verdad a los políticos, es más fácil mentir con objetivos de guerra que proclamar la paz ante los fusiles. De acontecer ese evento maléfico, el fuego bélico de Suramérica terminará incendiando nuestros bolsillos en Centroamérica, por la chispa de la gasolina. Solo la paz puede apagar ese conato de incendio.
no queremos guerra en suramérica
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Quieren incendiar nuestros bolsillos