La felicidad del siglo XXI
Caralvá
La felicidad… ¿Qué palabra es esa?. Felicidad es sinónimo de: “satisfacción, agrado, alegría, júbilo, placer, gusto, delicia, contento, euforia, éxtasis, placidez, optimismo, bienestar, fortuna, suerte, auge, su antónimo: desgracia, desencanto, fracaso.”
En cierto modo asusta hasta los más ortodoxos, se supone que debemos estar tristes por todo y si no lo estamos debemos buscar un motivo para ser prisioneros de ella, parece que además de ser pecado es una condición delictiva. Sucede que la felicidad esta asociada en el siglo XXI al dinero y la realización material que este vehículo provee, de tal manera que ser feliz y ser pobre es una aberración absoluta. Podemos agregar que pobre por naturaleza es el inverso de la felicidad, puesto que es un fracaso, un desafortunado, etc. dentro del capitalismo. En el socialismo no hay “fortunatos”.
Existen muchos personajes que se ganan la vida vendiendo felicidad de todo tipo, por eso el mundo ama a los payasos, porque en cierto modo su sinceridad transparente no miente, además porque inofensiva “hace olvidar” las preocupaciones que vivimos, existen en ese rango cientos de variantes evasivas que no son inofensivas sino mortales, pero conducen a la felicidad fácil, de tal forma que el agrado se convierte en comercial cuando las multitudes pagan por ese estímulo accesible.
La venta de la felicidad puede ser política, religiosa, científica, tecnológica, financiera, etc. esta asociada a ese nivel aspiracional que mueve a los apostadores a correr riesgos, juran que bajo ese nivel ganarán, esa es la solución a todos los problemas económicos, similares y conexos.
La felicidad tiene cierto margen de legalidad social, de acuerdo a la época que vivamos. No obstante usted puede ser feliz después de muerto, bueno no pocos creyentes están dispuestos a luchar “vivos” hasta las últimas consecuencias por esta premisa, en diferentes culturas existen “promesas a cumplirse en la otra vida”, ella ha sido el eslabón que permite lograr un palco de lujo en el otro mundo y por supuesto ver el paraíso en primera fila.
En el siglo XIX en el antiguo Reino de Guatemala, la promesa de felicidad era un arma a favor de la independencia: véase carta del 08 de noviembre de 1811 de Manuel José Arce a las provincias y gobiernos locales, pero no solo los insurgentes salvadoreños usaron ese argumento, también Napoleón Bonaparte la usó como concepto para todas las Américas, bajo el nuevo signo de la igualdad, fraternidad y libertad, por esta razón la Iglesia predicó contra “la falsa felicidad”. Usualmente las revoluciones tienen ese concepto porque nada es más feliz que un esclavo liberto, de esa forma los soviéticos debieron ser los seres más felices del mundo y no era para menos, la cerveza no era considerada producto alcohólico sino comida hasta 2010, sin embargo para otros naciones capitalistas la URSS era el reino de la tristeza y no era nada eso de: “me lleva la tristeza” occidental, parece que existían otras tristezas más tristes –que recuerda un poema muy conocido-. De pronto en el siglo XXI la felicidad es su poder adquisitivo, su realización aspiracional, en otras palabras puede comprar un Rolex, poseer una o varias cuentas bancarias de siete dígitos, ser inmune a las leyes terrestres y divinas que no es poca cosa, si lo prefiere presidente un partido político y dueño de la nación. Se supone que vivimos en una democracia, en una nación feliz, que existe justicia, libertad, igualdad, que las religiones pueden predicar lo que quieran para vivos y muertos, ¿qué impide el encuentro con ese estado de ánimo?... no se preocupe solo inicie una pequeña búsqueda de qué significa: Verdad, Bien y Ser… no necesitará más felicidad.