Caralvá
De alguna manera legal esta situación irregular de violencia debe terminar. La percepción del incremento de la violencia es cotidiana, parece que la nación es una estadística de muertes y no existe nada más, en último plano se encuentran los éxitos culturales, educativos o desarrollo social.
Los componentes esenciales de solución a tanta violencia no puede estar aislada de la Clase Política en su conjunto, puesto que si el rumbo actual no cambia, en poco tiempo viviremos la pérdida de todo respeto a los valores democráticos, con una escalada de acciones irregulares que implicarán a diversos sectores sociales, ya no solo las clases populares. El deterioro del respeto a la vida humana, parece declinar rápidamente, este estado degradante es construido por grupos antisociales que no tienen respeto por ningún valor jurídico, su accionar es antisocial en toda su naturaleza, el daño provocado a la familia salvadoreña no tiene límites, los clamores de justicia no tienen respuesta efectiva.
El clima de irregularidad en la violencia como manifestación extrema - no la única - es de tal magnitud que poco falta para que a la fuerza ilegal se responda con la fuerza de la legalidad armada, pero esta condición extrema pasa por la abolición de leyes inoperantes en el actual modelo democrático.
En otras naciones esta precaria situación ha permitido el ascenso del populismo o caudillismo disfrazado de golpes de estado, abolición del parlamento, de las leyes, supresión de la carrera de abogados, todo el modelo constitucional con la implantación de naciones que bajo el acero sin ley ajusticiarán a todo implicado en dichas actividades ilícitas.
La historia recuerda a otros pueblos que han ejecutado dichas sangrías. Desde Roma hasta las guerras de las naciones balcánicas, esta violencia es en una palabra el terror legal desatado.
Estas manifestaciones violentas podrían ser la mano de la espada vengadora de todas viudas y huérfanos, de todos los hermanos y hermanas, de las familias honradas que no se dejaron extorsionar, de todos los crímenes sin justicia que claman en los pueblos y cantones de la república sin una bandera que responda a tanto llanto.
¿Qué hacemos después de quejarnos? Proponemos soluciones desde nuestro nivel ciudadano, pero la clase política no responde al nivel requerido, las instituciones parecen atemorizadas, el grado de corrupción se expande a muchos niveles, algunos sectores poderosos se cruzan de brazos y esperan el desastre para obtener ganancias políticas… etc.
Repetir los esquemas fallidos de otras naciones no es deseable y provocará luto y más luto.
Ante este panorama la democracia es la mejor respuesta.
Hace siglos Jean-Jacques Rousseau escribió: “las leyes no son sino las condiciones de la asociación civil, y el pueblo sometido a las leyes, debe ser su autor”, lejano recuerdo que llama a la acción.
“Se me preguntará si soy acaso un príncipe o un legislador, para escribir sobre política. Contestaré que no y que por eso mismo escribo sobre política. Si fuese un príncipe o un legislador no perdería mi tiempo diciendo lo que hay que hacer: lo haría o me callaría.”
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