Caralvá
En estos tiempos de crisis, se propagan acciones delincuenciales por todos lados, estos actos delincuenciales parecen desequilibrar la seguridad ciudadana.
Existe ese crecimiento destructivo que atenta contra nuestra sociedad en su conjunto, porque el asesinato de ciudadanos honrados, es una lectura cotidiana entre nuestras calles y ciudades.
No es consuelo saber que otra ciudad latinoamericana o asiática es más violenta que la nuestra, me basta conocer historias de ciudadanos asesinados sin justificación alguna.
La seguridad vulnerada recuerda condiciones del pasado, ampliamente conocidas.
Seguridad e institucionalidad jurídica, es un buen binomio para estos graves momentos de explosión delincuencial.
Es notable el desequilibrio entre seguridad ciudadana y el funcionamiento de la institucionalidad jurídica, porque ahora pocos ciudadanos sienten seguridad ante las amenazas de la delincuencia organizada; parece que los derechos del ciudadano común no funcionan a favor de su bienestar; parece que los derechos ciudadanos son secundarios ante las armas de los hampones; los derechos no nos defienden ante un revólver que apunta contra nuestras vidas.
A diario encontramos historias de honrados ciudadanos que son asesinados en el desempeño de sus trabajos: transportistas, panaderos, taxistas, maestros, jóvenes estudiantes, obreras, obreros, comerciantes… etc. agreguemos a los “testigos de causa”, que cada vez son más.
Hace unas semanas la noticia del asesinato a sangre fría de un joven comerciante conmovió a la ciudadanía, este acontecimiento se realizó frente a otros comerciantes, los cuales sorprendidos y desarmados poco pudieron hacer.
Este asesinato indignó a muchas personas de ese sitio de comercio al mayoreo de verduras y frutas.
El dolor provocado a los padres, amigos y familiares es inmenso, abre a una deuda infinita y el daño no tiene remedio alguno.
Contabilizar las muertes de estos honrados ciudadanos y comerciantes, se convierte en un balance negativo de sangre por la pérdida de valiosas vidas.
El elemento degradante de esta situación es la completa impunidad de estas personas que asesinan a comerciantes y ciudadanos honrados, nuestras ciudades se fragmentan en territorios de renta fija cobradas por delincuentes agrupados en bandas con diversas nominaciones.
Días después del asesinato del joven comerciante, otro joven fue balaceado cerca del sitio del crimen descrito, pero en esta ocasión las personas mostraban un rostro alegre, entre voces decían: “lo mataron por perro”, “está en el infierno que bueno”, “este fue el sicario que mató al otro joven”… Urge restaurar el equilibrio entre Seguridad ciudadana e institucionalidad jurídica.
Colatino+Caralvá