La armonía de mi pueblo: Fernando Llort
Caralvá
Así se llamó la obra que decoraba la fachada de Catedral hasta la última semana de diciembre de 2011, pero de un día para otro fue destruido por una extraña decisión de la jerarquía católica. El título sugiere un destino venturoso, pero tal cual sucedieron las acciones, “ La armonía de mi pueblo” sufrió una verdadera ruina, puesto que con cinceles y taladros fue destruida palmo a palmo, pero debemos agregar que existía mucha prisa para llegar a su final, fue injustamente destrozada en los últimos días del año, fechas festivas donde usualmente nadie fija su atención en los mosaicos de Catedral, pero los ciudadanos asombrados por el tropel de trabajadores y su febril actividad, denunciaron el evento y algunos medios de comunicación lograron captar la caída fragmentada de la exposición artística más importante de Fernando Llort.
El mosaico fue realizado en 1997 y desde ese año observamos esa magnífica obra que identificó muchos a los salvadoreños con el Centro Histórico de la ciudad.
No puedo dejar de pensar en el daño a la memoria de la nación, agresión significativa como otras a lo largo de nuestra historia, pero el pueblo salvadoreño estoicamente ha soportado otros atropellos en siglos pasados, algunos de ellos: la discriminación del idioma náhuat, las tradiciones pipiles, la muerte de los mitos ancestrales, el silencio cómplice de las matanzas étnicas en 1932 etc…
La obra de Fernando Llort tenía el significado de la semilla de la esperanza, las artesanías y la unión con Monseñor Romero, ahora como en tiempos bíblicos no dejaron piedra sobre piedra, pero debemos anteponer a toda nuestra tristeza un nuevo horizonte hacia de solidaridad nacional. Quizás es tiempo de recordar el segundo mandamiento del Nuevo Testamento, porque la jerarquía católica lo ha olvidado.
Sobre esa destrucción que ahora se trata de imponer, muchos poseemos fotografías, cuadros, videos, una constelación de anexos multimedia que nos impiden olvidar esa magnífica obra, su reproducción ahora puede ser nuestro nuevo símbolo de resistencia cultural, para no olvidar, para reproducirla.
Durante la Segunda Guerra mundial en Varsovia, los edificios símbolo fueron bombardeados por los nazis, más de 200 sinagogas fueron destruidas y los libros del Talmud fueron quemados para aniquilar la memoria de los polacos, después de la guerra aquél pueblo de Karol Józef Wojtyła (Juan Pablo II)reconstruyó metro por metro sus antiguos edificios; mientras en España de igual manera la Catedral de Barcelona fue bombardeada por los aliados fascistas de Franco; en nuestra nación los libros de la biblioteca universitaria fueron quemados en 1972, tal parece que la destrucción de la cultura o sus expresiones son un signo de agresión contra un pueblo, no contra un artista.
Durante la década de los años setenta del siglo pasado, la Iglesia Católica con Monseñor Romero dignificó la fe salvadoreña, ¿acaso aquella condición popular y auténtica en la defensa de los más pobres ahora causa vergüenza? No podemos pensar en una Iglesia aislada del pueblo, pero si podemos pensar en un pueblo con una Iglesia diferente, una Iglesia como la de Monseñor Romero, puesto que al final parece que el signo visible y contradictorio es erradicar la memoria del Obispo Mártir.
Pero si somos fieles al Nuevo Testamento, el segundo mandamiento deberíamos practicarlo, de tal forma que una solución es reconstruirlo en Catedral como auténtico símbolo de unidad, de otra forma el pueblo por sus propios medios lo construirá en un sitio memorable que recuerde nuestra historia y el orgullo nacional fortalecido.