Caralvá
Hace años que la palabra crisis nos tiene mareados, no existe día que no se le mencione en cualquier noticiario, en ocasiones éste tiempo es el mismo que el de la guerra civil todo es crisis, no obstante a pesar de ello existe producción cultural. Desde los años noventa del siglo pasado, la cultura ha escalado peldaños modestos en su ascenso hacia las expresiones democráticas, pero no sabemos si la utopía aún alimenta el imaginario salvadoreño.
No obstante algunos proyectos si han funcionado, el mejor es El Museo de Arte de una entidad privada, el 3000 Suplemento Cultural es otro buen ejemplo, que a propósito también es un esfuerzo privado de los trabajadores de Diario Co Latino, otras iniciativas privadas resaltan en artes plásticas, mientras del apoyo gubernamental sufre altibajos debido a intermitencias de acuerdo al partido gobernante. Hace veinte años comenzó una cultura diferente que irradió a la nación, era una situación de respuesta no solo en el nivel político, también existieron manifestaciones “populares”, así fueron cotidianos los grafitis, panfletos, pintas en las paredes, expresiones de los prisioneros políticos, teatros, las experiencias internacionales de grupos salvadoreños etc. aquello expresaba en síntesis que los valores coyunturales eran los valores del arte para el sector popular aunque para otros era una aberración. Aquello fue Cultura y Sociedad de guerra civil. Al finalizar el conflicto, los valores coyunturales debían cambiar, no solo por el abandono de las armas, sino porque la realidad revolucionaria ya no correspondía a la naciente democracia, la nueva realidad otorgaba una nueva legalidad, además integración, organización, propiedad etc. en otras palabras los valores coyunturales debían cambiar hacia un nuevo paradigma: “la democracia”, que no solo era un acuerdo político sino un nuevo requerimiento de cultura en todas sus expresiones. La diferencia es fundamental para todos los proyectos revolucionarios de América Latina, una lucha armada que termina en la democracia y 20 años después llega al poder político. Ese momento es Cultura y Estado.
Si el origen de aquellos iniciales signos fueron: la lucha armada, el antiimperialista, el anticapitalismo, la lucha de clases, todas las teorías de liberación, de pronto aquello se había transformado, porque no era posible continuar con esos esquemas ante un acuerdo de paz que otorga legalidad a la “ilegalidad” siempre y cuando se fijara un rumbo en los conceptos democráticos, de tal forma que el arte con sus expresiones debía tener nuevos valores democráticos. La cultura bajo ese signo tiene ahora una lectura de posguerra, en la cual el límite es la democracia, lo cual es suficiente para los siguientes cien años; en este período deben profundizarse los valores del ciudadano versus los límites del Estado, perfeccionar las libertades ciudadanas por medio de una nueva cultura multimedia, estudiar nuestra Historia, apoyar la identidad de nuestros pueblos originales, todo ello bajo el signo de las expresiones culturales a las cuales les debemos mucho más de lo aparente. La cultura democrática implica la responsabilidad ciudadana de crear horizontes de expresión inéditos, como la asociación de producción artística (Cine, literatura, pintura etc.), con aportes entre los interesados. El aporte cultural de nuestra nación para América Latina es una nueva cultura de posguerra democrática, y si la crisis desnuda la miseria de nuestra vida, la cultura demuestra la riqueza extraordinaria de nuestro espíritu.
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