Caralvá
La mención del recordado Obispo y su proceso de beatificación genera repercusiones mundiales, tanto en medios impresos como digitales, algunos de ellos: El Universo, Prensa Libre, Telám, Aciprensa, El País, Infolatam, Terra, El Nuevo Heraldo, Catholic News, Washington Post, News Daily, Voz de América, etc. La acción del Papa Francisco envía un mensaje de esperanza para el pueblo salvadoreño y al mundo en general.
Es una buena noticia, tan alegre que acompaña desde hace muchos años a las juventudes latinoamericanas, porque las vidas ejemplares son inolvidables.
La vida del salvadoreño más universal del siglo XX es estudiada en diversas partes del mundo, prevalece ese sentido de admiración sobre sus enseñanzas de paz, la identificación de un hombre religioso con los problemas de su pueblo y acompañar a los humildes en sus peticiones.
La lección sobresaliente de la actitud de solidaridad generada hacia Monseñor Romero en los pobres es impresionante, a pesar de tantos desprecios a su memoria, la vigencia de sus palabras es extraordinaria, inspira con su ejemplo a las nuevas generaciones, así en cada aniversario de su martirio decenas de jóvenes y adultos de diversas congregaciones peregrinan hacia sus sitios memoriales, convirtiendo esos lugares en coloridos eventos multinacionales.
Han pasado muchos años de aquél evento doloroso, pero ¿qué no lo era en nuestra sociedad hace treinta y tres años? La ruptura social era de tal magnitud que las acciones terroristas eran el pan de todos los días, no existía respeto por la vida, ningún disidente del status quo podía sentirse seguro, el inicio de aquella conflagración era inminente y los eventos posteriores provocaron la mayor catástrofe social en toda la existencia de nuestra vida republicana.
La guerra no medía la capacidad destructiva de las armas, medía la convicción de las fuerzas democráticas, de la religión solidaria, de los sectores más pobres en su voluntad del cambio, de la visión por una sociedad incluyente etc. en ese movimiento social se distinguían hombres como Oscar Arnulfo Romero, que solo tenía su voz para denunciar las injusticias, él enfrentó la verdad desde el límite del cristianismo, ese borde irreversible que pareció repetir la historia de los primeros tiempos, ellos preferían morir antes de confesar lealtad al Emperador Romano.
Durante su vida, fue escuchado por el pueblo, su liderazgo inspiraba a las multitudes, su mensaje de justicia era una conjunción de la verdad cristiana y verdad humana, esa extraña lectura que producen líderes mundiales como: Martin Luther King, Mahatma Gandhi o Tomás Becket, éste último muy parecido en vida y obra, excepto porque su ejemplo cristiano sucedió, diez siglos antes. La estatua de Oscar Arnulfo Romero está entre los diez mártires del siglo XX, en la Abadía de Westminster en Londres, confirmando la admiración mundial por tan digno ejemplo.
“De la Historia lo que nos interesa es su vigencia” esa presencia histórica que evoca su memoria en estos momentos, a lo mejor también para la posteridad. Los evangelios son los mismos, nada cambia, son las personas extraordinarias las que nos enseñan a comprenderlo en nuestros tiempos, a quienes agradecemos su notable ejemplo.