Durante 1979 acontece un Golpe de Estado, acompañar los movimientos era una rutina solidaria.
Vivimos en la nación de sorprendentes cambios, si eso acontecía en las grandes esferas políticas, entre las multitudes cada uno tomaba su propio camino, era curioso, con nuestros 20 años pensábamos como viejos de 60, era natural ¿para qué esperar tanto? Tanta naturalidad aterraba a nuestros padres..
Durante aquellos años decidimos como unidad médica y ayudar en las manifestaciones sociales era involucrarse, nuestra voluntad era simple, asistencia médica.
Era la acción más cristiana del mundo.
Así compartimos los graves momentos posteriores a la toma del Ministerio de Economía y luego el Ministerio de Agricultura.
No permanecimos dentro, pero aquello en realidad era una acción que atentaba contra la libertad de los empleados estatales.
Afortunadamente no aconteció ninguno incidente grave.
Sucedieron bailes y fiestas dentro del ministerio.
En realidad acontecieron actividades que pretendieron disimular la tensión interna, pero esas acciones fueron dirigidas contra la Primera Junta de Gobierno que integró lo mejor de la intelectualidad salvadoreña, luchar contra esa junta fue el peor error de la izquierda, el movimiento era ciego.
En ningún otro momento esta posibilidad se repitió.
Durante esos meses de octubre a diciembre, se vivió una relativa tranquilidad, no obstante la izquierda no lograba consolidarse, pero la derecha con el ejército y el sector más beligerante logró derrotar a las fuerzas moderadas y en poco tiempo todo cambió.
Un Golpe interno había culminado, el sector represivo del ejército se consolidó y eliminó a las fuerzas democráticas, dentro de las fuerzas populares apenas habían cambiado un par de apariencias.
Era obligación integrar una organización revolucionaria, quizás era el único pasaporte a la vida.
La renuncia de la Primera Junta General y el exilio de otros, se debió al asesinato de los dirigentes de FDR, aquello era terror, con tantas muertes y nosotros pensando que la revolución pasaba por nuestros zapatos, poco a poco la muerte esta a tu lado más cerca y más.
En la autopista han colocado un anuncio: “se acepta ripio y tierra”, desde entonces cientos de camiones van forjando un muro que se levanta poco a poco como frontera blanda, con cientos de colores y fragmentos de un gigantesco óleo.
Vivimos en las comunidades llamadas: El Cañito y Las Brisas, sobre nuestras espaldas caen cortinas de desechos por mandato de los potentados, dueños del borde opuesto.
Al fondo de las esperanzas fallidas, en el último sitio de la desesperación vivimos nosotros. Somos una comunidad pobre, en realidad pobre, nuestra fotografía refleja un tiradero de escombros, bajo los cuales una quebrada geográfica dibuja un riachuelo, que enfrenta un inocultable muro.
Hacia el Suroeste al lado de las familias ilustres existe un moderno sitio de recreo con caballerizas que recuerda la división de las “aceptadas” realidades sociales, ahí se ejercitan semana a semana en el deporte del hipismo los señores que fabrican muros de tierra de este lado del tercer mundo, al otro lado ellos se divierten montando sus potros de primer mundo.
Acá no existe la pobreza, existe esa condición de abandono, acá se llama ajuste estructural y nosotros somos la parte más ajustada de esos planes.
No ignoro mi destino, uno le hace frente a todo, con la misma intensidad del sol, bajo las penumbras de esta sociedad feroz.
Me engaño al pensar que mañana será diferente, el mañana no existe, solo existe frente a nosotros ese gigantesco muro de tierra.
Sobre el térreo horizonte de nuestras comunidades, se acumulan toneladas de desechos formando una gigantesca portada de revista abstracta; de los restos que caen sobre nuestras casas he recogido un documento errante, en el cual puedo leer el nombre de Paul Gauguin, firmando un cuadro: “Visión después del sermón”, este cuadro tiene colores similares a los que explotan frente a nuestras casas.
Vivimos en el culo del mundo consumista, rodeados de tierra y desechos; he recogido fragmentos de algunas revistas y libros sagrados, ejemplares carcomidos como uno llamado “El Rebelde”, instrumento oficial de una organización clandestina con sueños revolucionarios, este pequeño documento detalla muertes juveniles armadas y martirios contra la dictadura, documentos inspirados a la luz de los ideales estalinistas, son restos ideológicos que siguen las huellas del mundo: en las pasarelas de los basureros municipales, rellenos sanitarios o muros marginales.
Vivimos frente a un paredón que en su alma encierra un microcosmos urbano, coexisten la descomposición social y símbolos abandonados, aquello connota un destello dominante…la revolución ha muerto. Los despojos del panfleto llamado: El Rebelde, que en otros días era un honor leerlo, ahora solo es parte de una breve historia desechada por algún desilusionado lector coleccionista, que perdió la fe a fuerza de golpes históricos de diálogos-negociaciones y asesinatos entre líderes históricos…pensar que poseer ese panfleto durante la guerra civil significaba la muerte instantánea y ahora es solo basura.
El “relleno de ripio y tierra” tiene como objetivo valorizar una extensión urbanizable a cualquier costo, es un mal hábito medioambiental que recuerda otras profundidades sociales de miles de ciudadanos. Como en cualquier democracia del mundo, las paredes de la ciudad hablan y los muros emergentes tratan de ocultar el paisaje de la pobreza, donde usualmente estamos nosotros, como fantasmas.
Acá conocemos el amargo sabor de la tierra, paladeamos su densidad, su olor en descomposición orgánica, su maleable condición fronteriza entre la vida y la muerte, lo útil y lo inútil de símbolos en otros tiempos heroicos.
Hoy llegan tractores y máquinas pesadas que comprimen toneladas de ripio y tierra, nuestra visión está erizada de símbolos fragmentarios pero el conjunto es una torre de vigilancia que nos ausculta desde su límite.
La basura nos conduce ineludiblemente a emociones y fatalismo, hay una obra colectiva en crecimiento, un concierto maloliente y fragmentado, que lleva a nuestra espiritualidad a distorsiones que chocan brutalmente con la realidad de un día para otro.
El olor del muro es frenético, lo llevo en mi, es mi segundo orden espiritual, me posee totalmente, ahí vivimos con mi mujer e hijos, hay sonidos rudos, clamores de la tierra comprimida, hay un ritmo monótono de tractores que comprimen a diario ese dique politonal, poco a poco va cambiando su forma, lo van moldeando las máquinas, aquél rostro fecal perverso y cuajado de efervescencia bacteriana, va adquiriendo un sentido vertical, como una extensa tapia de tierra multicolor.
La tierra acumulada posee tonos de plásticos, cementos, cerámicas, memorias inútiles, llena de fotografías que comunican superficialidad fría y ruinosa, acá no hay historia, simplemente es el fin de toda historia.
El señor del muro tiene un apellido ilustre, ha domesticado los desechos convirtiéndoles en falsas paredes de una muralla terrena.
El tiempo ha pasado, nuestras fronteras son: el muro de tierra y el cauce apenas insinuado del riachuelo, al mismo tiempo que ha crecido el muro, también han crecido nuestros hijos, por esta razón trabajamos muchas horas voluntarias para construir una pequeña escuela, la casa comunal y centros de reunión social, signos de una férrea voluntad de parecernos a los otros ciudadanos, con toda la seriedad que brinda la marginalidad de nuestra comunidad.
Un día de octubre, en plena temporada de huracanes, las estaciones de radio comenzaron una alerta de precipitaciones, poco a poco, la lluvia llegó con su ritmo intenso, llovía y llovía, el ritmo y la velocidad de esa música acuática era simple, cantaba en las paredes de nuestras casas una monótona nota irreverente y constante, fue entonces que el riachuelo, el despreciable afluente, mínimo en sus expresiones más emblemáticas, comenzó a crecer, crecer y crecer.
El riachuelo se convirtió en un formidable afluente, arrastrando el ripio del muro, arrastrando historias caducas y devociones devaluadas, sucedió que aquél muro prisionero y domesticado comenzó a liberarse de sus barrotes impuestos, se unían agua y tierra contra la comunidad, su alianza arrasaba: casitas, calles, jardines ornamentales y memoriales, centros comunales y todo… a su paso la correntada de lodo se impuso con categoría, aquello fue un amargo despertar a nuestros sueños urbanos, creímos que solo lejos de la ciudad ocurrían esos accidentes, que equivocados estábamos.
Así al segundo día de lluvia, nuestras casas estaban anegadas de lodo, nuestro pequeño paraíso que evocaba la felicidad, ascenso y la paz social, terminaba en desgracia, tristeza y exclusión, la tormenta se llevó todo, hasta nuestra visión del mundo que ahora yace en el lodo. El muro terminó como terminan las historias de los pobres, exactamente como un óleo de Gauguin: “la vida y la muerte” con ese sentido de orfandad, pena y tristeza de la última nota de aquella melodía llamada Luzia[1]: “para que quiero llorar si ya no tengo a nadie quién me oiga”.
El siglo XXI anuncia en sus carteleras enfermedades incurables.
Unas de ellas son las ciudades que no duermen, otras las entidades que no descansan como los bancos: 24 horas, 365 días; existen otras que nos vigilan perpetuamente, sin miseria.
Sabía que esto no terminaría bien.
Un día despertaríamos plagados de males insospechados, la falta de sueño, la usura al infinito y tanta vigilancia nos llevarían directo al colapso, seguro a un resfrío planetario.
La historia ya no interesa a nadie, lo sabemos pero es un placer masticarla con sorbos de café.
Frases viejas de discusiones amargas, frases enfermas de siglos olvidados. Pero esta dolencia incurable destila argumentos artillados.
La guerra fría también produjo enfermedades con el mismo apellido.
Enfermos del resfrío despertamos en América Latina poco a poco, aspirando horizontes insospechados, pero todavía con calenturas del siglo pasado. De enfermos es calificar ahora a las personas en términos fríos, cuando sus creadores abandonaron esos términos hace muchos años.
Por alguna razón más liberadora que esclavizante, es un deleite borrar “antiguas” anotaciones, citas que en un tiempo las consideraba banderas inocultables, tiempo después…
Jorge Luis Borges: “Quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas suelen referirse a doctrinas contrarias a las suyas”.
Años después: “Quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas suelen referirse a doctrinas contrarias a las suyas”.
Octavio Paz: “La búsqueda de un futuro termina siempre con la reconquista de un pasado. Ese pasado no es menos nuevo que el futuro: es un pasado reinventado”.
Pero con el dulce acontecer de las temperaturas y el olvido de los males respiratorios, un día hice lo propio: “La búsqueda de un futuro termina siempre con la reconquista de un pasado. Ese pasado no es menos nuevo que el futuro: es un pasado reinventado”
Que condición tan extrema.
Mis banderas ya no eran más.
Resfriado en realidad, invocaba mi destino naturalmente tropical, mi propio signo y toda la comprensión por mis banderas rotas, mi camino contenía la respiración al identificarme en la jungla.
La Revista: La Universidad No. 6, de 1971, reseñó el artículo: La crisis de 1929 y sus consecuencias en los años posteriores, trabajo de Gerardo Iraheta, Vilma López y María Escobar, es un extenso documento que detalla las condiciones económicas de inicios del siglo XX. En el capítulo III se ejemplifica las consecuencias de la crisis en las estructuras políticas y socio-económicas, elementos que pueden ilustrarnos sobre aquellos lejanos acontecimientos del siglo pasado.
En 1927 asciende al poder el Dr. Pío Romero Bosque con el apoyo de la oligarquía cafetalera que impulsa cambios en legislación política y libertad de prensa. En estos años (1927-1928) el precio del café esta al alza, pero a finales de 1929 los precios caen y de inmediato provoca un: “desajuste económico”.
Entre los elementos provocados por este fenómeno destacan: el descenso de los salarios, disminución de calidad de vida de los trabajadores, pésima nutrición y desempleo, el descontento social aumenta, pero entre el 12 de agosto y 30 de octubre de 1930 la administración de Romero Bosque emite decretos orientados a reprimir al movimiento campesino que pugnaba por una “sindicalización”, en la organización denominada Federación Regional de los Trabajadores de El Salvador.
El partido comunista fundado en 1930 y sus líderes como Farabundo Martí comenzaron a pugnar por la sindicalización campesina.
El 1 de mayo de 1930 el presidente Romero Bosque ante una multitud de trabajadores expresó: “Que estaba dispuesto a permitir la organización obrera de los artesanos urbanos pero nunca la de trabajadores agrícolas”.
El 1 de marzo de 1931 el Ingeniero Enrique Araujo gana las elecciones, consideradas las “más democráticas” en la historia nacional –hasta ese momento-. El Partido Laborista en su programa ofrece reparto de tierras y logra convencer a las multitudes.
La contracción económica coincide con el inicio de la gestión de Araujo, estas turbulencias económicas provocan disturbios graves en Zaragoza y Sonsonate, los cuales son reprimidos con violencia.
Otras movilizaciones estudiantiles se suceden.
El partido laborista organiza una concentración que según la revista: Nosotros (Órgano de la asociación de periodistas) Julio 1931, una multitud de 10,000 personas en su mayoría del campo, vivaron la política liberal, pero los oradores de ese partido apoyaron las principales críticas de los estudiantes y concluye: “el Partido (Liberal) que llevó al poder al ingeniero Araujo, no dispensa, por ahora, tal simpatía ni tal acatamiento a la política del actual gobierno”.
Una joven administración con divisiones internas de su propio partido, una crisis internacional sin precedente, con la opinión pública en contra; propician el desastre del ingeniero Enrique Araujo.
Araujo en su breve administración se enfrenta a la oligarquía cafetalera y a la población descontenta. El crecimiento de las fuerzas campesinas y el temor de los grupos poderosos favorecen el Golpe de Estado el 2 de diciembre de 1931.
Me encuentro con libros del siglo pasado, el más pasado de los siglos..
Sus poemas con nostalgia a tranquilidad sangrienta, con cinismo al nombrar mulas, carretas, charcos, monedas de plata, pan dulce y fusilamientos industriales.
Tienen pedazos de almas selectas, con voz a guitarras y prados, polvorientas veredas y el sexo más candoroso imaginable, el que atrapa piel con piel… el básico.
En ocasiones los poemas y relatos son fascinantes, con abuelos transatlánticos pero aventureros. Libros con secuencias del presente, fechados ayer, historias delirantes que hablan de mis pasos, -pobre de mí-, siempre llegando tarde incluso a mi propia historia.
En estos días de primavera por cualquier razón recuperas la memoria, claro que no es una acción exclusiva estacional, solo recurrente en primavera, especialmente por las masivas enfermedades tropicales.
La rebelión de un virus H1N1 evoca tantos malos espíritus como Dante en el infierno.
Algunas deidades tienen por objetivo recordarnos nuestra mortalidad más próxima, pero los mismos libros nos hablan de guerreros que resucitan.
Asistimos a eventos jamás observados, una pandemia que cruza los mares y fecunda núcleos de virus sobre las naciones, el canto de la muerte sobre las poblaciones como campana que todos escuchamos y alertas mundiales que desnudan nuestra intemperie.
La humanidad pasa por estos fenómenos cada cierto tiempo, ahora parece que esta condición viral pretende acabar con todos, estamos indefensamente protegidos por nuestra razón y estas enfermedades al menos tienen una virtud insospechada, provocan la unidad de las naciones como pocas veces en todos los tiempos, un virus invoca el sentimiento más primitivo de la humanidad: la solidaridad, el reconocimiento entre iguales, la comunión de la especie en peligro, el instinto de supervivencia.
El idioma común es la cooperación y con dolor observamos las muertes en México, Estados Unidos y otras naciones.
Quizás este virus nos ayude a comprender que no importa si una nación es más fuerte que otra en diversos aspectos, un solo virus es capaz de destruir cualquier proyección de las naciones más arrogantes, es tiempo de comprender que la cooperación entre las naciones es la respuesta a la enfermedad viral y a la peste de la pobreza.
En siglos anteriores han ocurrido epidemias similares, pero no existía cooperación ni ayuda internacional, ahora al menos los esfuerzos pueden coincidir hacia las zonas más afectadas.
Si los viejos libros hablan de mortandades por fusilamientos militares, de cadáveres flotando en ríos navegables, de restos humanos apilados como trozos de madera, con ese dolor palpitante y sonoro con sus reclamos, ahora del pasado solo quedan los números desastrosos, ahora la información tranquiliza un poco la imaginación.
No es el fin del mundo, es el fin del asilamiento social de las naciones, es el inicio de la comprensión global por una sociedad de naciones plenas de cooperación, no solo ante el infortunio, también ante un nuevo mundo pleno de solidaridad.
Y ese viejo texto que invoca mi (nuestra historia) tiene al menos el signo reconfortante del que venció a la muerte.
Martes y hace calor.
Bandas de calor flotan sobre la ciudad, mientras el virus de la Gripe Porcina acecha nuestros pulmones.
Recorro el día bajo signos de pantallas digitales hipnóticas.
Nadie muere aparentemente entre nuestros horizontes, solo envejecemos con calor.
Avanzo hacia cualquier punto sin olvidar mi fragilidad laboral, como todos vivimos expuestos a la cesantía, bendita maldición capitalista, pero la aceptamos, no existe alternativa.
La primavera sigue vigente, soy un potro en la llanura.
Tengo ese destello de soledad en mi horizonte, a pesar de clamar por un nuevo cielo, solo escucho el paso del sol y en ocasiones no escucho nada.
Tengo esa sed de competencia y clamor en mis venas, le reclamo al recuerdo, extraño también reclamo a cientos de imágenes que no existen más, que manera de perder el tiempo con imágenes que no pueden beberse en la quietud de un libro.
Veo los resguardos de mis folios abandonos y escribir al menos no me recuerda a personas, sino al sabor de pequeños éxitos con acentos en las vocales…acciones insignificantes y gratuitas, acciones irrenunciables para estar en paz…ahora.
Viejo marinero, viejo cuento sin un mar que te encuentre.
Pronuncio nombres y a lo mejor es parte de un poema, como a principios de otros siglos que consideraban la palabra un poco más que la palabra.
Acontece que iniciar este camino tiene un destino irrenunciable, trabajar y esperar… ¿esperar?, si, no dejar de trabajar.
Es primavera.
Tiempo de abrir las ventanas para incendiarse con las mañanas de abril, luego saltar al infinito y repetir cualquier palabra encontrada.
Del territorio extinto de mis imágenes (sonoras) insoladas por el tiempo, el tañido de algunas palabras es inolvidable, especialmente cuando te piden: “hablar” (léase escribir que es otra forma de gritar…la vida).
En algún sentido repetían mis interlocutores la antigua sabiduría de Sócrates: “habla para que yo te conozca” pero así era, en mi infancia quienes pedían mis palabras eran mis padres y luego mis maestras y maestros. Por cierto en Misa nadie pidió mis palabras, mis frases infantiles como las de millones de fieles eran tragadas por el absoluto silencio, a pesar que siempre teníamos vocales adecuadas durante todo el acto litúrgico, en siglos nadie ha pedido las voces de los fieles y así continuará por los siglos de los siglos. Aquellas eran palabras de otros para nosotros.
¿Por qué a los chicos les piden recitar? : Dos alas, ¿Quién tuviera dos alas?... “Es porque un pajarito de la montaña”, “la noche está estrellada y tiritan los astros a lo lejos”, “Manos las de mi madre, tan acariciadoras, tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras”… de nuevo la receta parece la misma, de otros para nosotros.
Hasta cierta edad descubres otras palabras, como en la carretera de la vida, hay curvas, rectas, caminos sinuosos, las estaciones del año en franca pelea por eternizarse en un día; vano esfuerzo. Encontrar palabras no significa que son absolutamente “nuestras”, en algunas ocasiones las palabras son aplicadas como armas de destrucción masiva, especialmente contra todo el ritual sagrado o contra los chicos y chicas que no coincidían con el peor de los marrulleros del barrio, sin anotar otras exclamadas en plenos recorridos de calles o sitios alejados de los sagrados rituales.
Cierto día algunas palabras surgen como pequeñas fuentes sin razón o a petición de configurar una pequeña escala de palabras, sin más sintonía que un acto devocional. Palabras rituales, coplas infantiles, pequeñas plantas sin raíces que emergen de una simple hoja en un cuaderno escolar, que por cierto nadie cree que son propias a pesar de la insistencia, entonces ocurre que las plantas retornan a su mundo subterráneo y florecen hacia el interior con otras alas, en silencio, calladas, sigilosas.
Durante años nadie pide tus palabras, porque el mundo roba tus imágenes. Es un lujo de silencio impuesto, porque el mundo tiene todas las palabras y todas las respuestas. Cierto día aquellas pequeñas germinaciones de plantas olvidadas, crecen alimentadas por las nocturnas lecturas de los ahora innombrables y detestables clásicos, todo el olimpo, todos los marfiles filosóficos del arte greco latino, pasando por algunos gigantes del siglo XVI al XX en letras, ellas explotan en algún jardín interior apacible y privado. Te encuentras con la verdad. Palabra.
Solo (a) con esto del género uno no sabe cuando ofende sin ofender. Solo de nuevo anotas tu diario, tus palabras, la confesión del presente en ese presente.
Nadie pide tus palabras, pero la rebelión llega desde las calles, contra la dictadura, contra el mal, contra tu universo silencioso. De pronto hablas inglés con la misma intensidad que los mejores rockeros. La vida te exige tonos extraños pero comerciales, te dicen que los tonos anglos son parte de tu comercio privado, con el inglés nadie podrá detenerme ¡juras!: “Like A Rolling Stone” Bob Dylan. Pero eso era antes, ahora debes aprender mandarín.
Nadie pide tus palabras, hasta que un día tu jardín comienza a poblarse de rosas, tulipanes, ceibas, pinos, maquilishuat, uno que otro chichicaste, el jardín del Edén está ahí, con Adán y Eva, evidentemente desnudos y sin mojigaterías, ellos naturalmente tienen sexo y mucho, deben poblar otra tierra… aún no han comido la fruta del árbol prohibido.
Anotas detalles de aquél jardín con claros signo de exportación.
En tus cuadernos privados, tienes la voz de los clásicos, Miguel de Cervantes, Jorge Manrique, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío y otros de colección, resulta que la métrica es universal, pero no las imágenes, ni las palabras, entonces con el tiempo comprendes que esa voz no es la propia, ni te escuchas, no eres ellos, no eres nada.
Pasa mucho tiempo…pero mucho… aunque sigues anotando en el margen de tus cuadernos secretos, solo al margen. Que la vida no se detiene porque solo repites las palabras de otros.
Pero cuando han pasado décadas, escribes desde otros escritorios personales y lees porque la facultad del hallazgo está entre varios cientos de autores, los cuales son casi tus maestros espirituales, con los cuales existe el nexo de la palabra, poco a poco, el jardín se prepara para la primavera, ha pasado el invierno de la voz.
Un día los clásicos connotan un pequeño espíritu para colorear el horizonte, un pequeño destello te permite observar el universo de otra forma, puedes romper el horizonte en fragmentos y conservar la unidad, la voz ha llegado.
Eso es el principio. El desierto derrama agua sobre los pasos de tu búsqueda, estás transformado en palabra. Ahora puedes leer un pequeño cuento y tu diminuto foro congela su respiración, lees y las palabras pronunciadas están escritas en sus espíritus, puedes creer que el legítimo encuentro acontece entre el más humilde de los escritores y el universo con sed de leer (te).
Ahora escribes desde el desierto, sin preocupación, escribes bajo el legítimo esfuerzo de invitar al mundo a caminar en el verbo, entonces tus sueños se reproducen en cualquier documento escrito y distingues entre las palabras… las tuyas, eso te hace feliz y compartes con todos la comunión de otro mundo.
Tienes una espada formidable al cinto: tu voluntad.
Después de muchos años inicias otros combates, al extender tus alas de dragón.
Entonces puedes escribir las mejores palabras azules, convertirlas en el sonido del canto gregoriano y pintar sus destellos dorados con terminaciones verbales secretas, pero puedes pronunciar el nombre de Dios… con tu voz original.