Caralvá
Recientes publicaciones sobre las actividades delictivas de los jóvenes escolares, indican que las acciones como: posesión y tenencia, agrupaciones ilícitas, extorsiones, lesiones etc., configuran un cuadro alarmante de los jóvenes menores de edad.
El cuadro es complejo, no ajeno a las realidades de otras sociedades en los cuatro puntos cardinales de cualquier mapa regional, no obstante estas acciones connotan la inducción de grupos delictivos que provocan estas acciones, el núcleo central de este panorama no solo son las agrupaciones ilícitas que actúan desde el corazón de los barrios, colonias o centros urbanos, sino también el acceso a las drogas con las redes de distribución cada vez más visibles.
Las agrupaciones ilícitas denominadas maras inducen a nuestros jóvenes al mal camino, este camino lleno de promesas de felicidad fácil, de una vida plena de dinero, drogas, vicios etc., solo produce muerte, antecedentes penales y un gran dolor para sus familias. El futuro en cuanto han cometido un delito no puede ser más deprimente, bajo un sistema carcelario en una prisión para menores de edad o en celdas con otros congéneres terminan destruidos moral, espiritual y materialmente; esa es la realidad de la promesa de la felicidad rápida a cambio de nada.
Si la inducción del mal son las “Maras” ese modelo debe corregirse impidiendo la multiplicación del crimen, un camino quizás sea reformar el sistema carcelario, modelo que en este momento ha colapsado por la sobrepoblación de privados de libertad, quizás es tiempo de buscar alternativas para este mecanismo social con sistemas educativos que impidan la reincidencia en drogas y crimen, además de prevenir que los jóvenes adopten conductas afines a estructuras ilegales; ahí los jóvenes deben tomar la iniciativa, controlando sus vidas y no que sean manipulados por delincuentes; si esto parece ingenuo el drama de los escolares involucrados en riñas, lesiones, violaciones no lo son.
Es paradójico el camino de la nación, parece que estamos obligados a elegir entre aumentar la represión, proclamar estado de excepción, reformar la constitución y leyes secundarias para tomar el ejemplo de otras naciones o invertir en modelos educativos que prevengan desde las cárceles, los centros de detención o en los barrios la multiplicación de estos sistemas educativos criminales.
La prevención tiene un costo elevado, prevenir desde los centros penitenciarios es una tarea titánica, casi podríamos afirmar que es una batalla perdida, es como aceptar que en esos sitios no existe gobierno, si este es el caso en un par de décadas ni siquiera existirá opción, solo existirá un camino y este lo podemos observar en los países norteamericanos.
Para la prevención del crimen son necesarias las valiosas contribuciones de nuevos modelos como los impulsados en los últimos años, pero no son suficientes, también debe existir la voluntad social con gran responsabilidad en las familias, las comunidades, los gobiernos locales, puesto que nuestro panorama es muy parecido a una guerra nacional contra las agrupaciones ilícitas, donde muchos inocentes escolares son por ahora las víctimas de primera fila.
La prevención del delito debe tener como “centro de gravedad” las cárceles nacionales, ese es el corazón del mal, por esta razón los esfuerzos iniciados desde ese lugar deben apoyarse.
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