Caralvá
No puedo evitar escribir sobre este acontecimiento, forma parte de mi inventario inolvidable que me acompañarán toda la vida, quisiera que ningún salvadoreño en ninguna parte del mundo olvide este trágico evento. Sucedió el 20 de junio de 2010, un acto terrorista cometido por las pandillas que terminó con la vida de 17 personas y lesionaron a más de 14 con quemaduras de tercer grado, existen aún las secuelas en las víctimas, en los familiares, en la sociedad que reclamará por siempre a los culpables ese acontecimiento horroroso. Este evento con su historia tan repulsiva parece que rememora treinta años de sangre en un solo día, es legítimo el reclamo incluso a los hombres y la sociedad, a las mujeres e incluso a Dios para que el olvido no se convierta en cómplice de la injusticia, para que no olvidemos nunca. Podemos ser los últimos ciudadanos del planeta, pero aún así proclamar esa ira contenida que busca la justicia y no la encuentra en nuestra nación. En ocasiones pienso que nuestra vivencia histórica es similar a un tren, un autobús, un camión cargado de nacionales que en su trayecto hace paradas horrorosas, desde nuestro sitio somos testigos del infortunio de otros, pero ya llegará nuestro momento como el de aquellos, que triste realidad. En ocasiones cantamos tantas melodías funerarias que no las terminamos porque nos ahogamos en el dolor y su inverso los coros festivos son tan efímeros que dejan un sentido de culpabilidad por tanta miseria que cargamos con nuestros muertos. Somos una nación con raíces tan injustas, que aún en democracia tenemos sed de amplitud más allá de las fronteras, que destino el nuestro con más de 300,000 deportados entre los años 2010 y 2012; algo debe existir en nuestro continente histórico para preferir morir en el intento de llegar a Estados Unidos, que vivir acá, algo parecido al grito de los desesperados: “no tengo nada que perder”. En ocasiones el reclamo a Dios alivia levemente el dolor de los pobres, solo eso, porque en este mundo cuando los pobres tengan la voz, quizás no habitaremos este planeta. Pobres los que murieron ese día en Mejicanos con la incertidumbre de no llegar a casa, la familia huérfana, la viuda eterna, el niño confundido entre las llamas, ellos nunca sabrán los motivos de las pandillas. Existe la ira de los inocentes, pero parece que nadie escucha sus gritos. En ocasiones el cansancio de la denuncia hace proclamar falsos ídolos, son miles las protestas por este sistema de justicia que nos oprime, no defiende los intereses del pueblo, ni de las víctimas, ni de los niños, nada, solo defiende los intereses del poder económico, ese que compra abogados, jueces y toda la escala jurídica, es violencia oculta. Existen en la historia reciente ejemplos de cambios dramáticos en América Latina; el proclamado imperio del derecho, es la divisa de los opresores, apenas se habla de reformas constitucionales, jurídicas o cambios a las leyes obsoletas, para que la nación camine al borde del Golpe de Estado; ¿esto será para siempre?, pues a mi parecer no viviremos tanto para ver las proclamadas reformas jurídicas, esas aberraciones que amparadas en tiempos legales impiden la justicia cumplida. En ocasiones los falsos juristas creen que ganan un caso a favor del acusado por sus tretas administrativas, efectivamente ganan los casos por los fallos del sistema, por la ausencia de reformas, ellos ganan mucho dinero y su fama crece entre sus similares, pero la nación pierde, en realidad perdemos todos. Mañana será peor, no esperemos nada de este modelo que nos conduce sin retorno al desastre. Unas palabras de Antonio Machado parecen iluminar tanta oscuridad en momentos como este: Mi corazón espera /también hacia la luz y hacia la vida,/otro milagro de la primavera.www.cesarramirezcaralva.com